Tengo que reconocer que con frecuencia tengo miedo de algunas
cosas. No es que yo sea alguien esencialmente miedoso, lo dejaría en algo
inseguro, pero no más allá. Sin embargo hay algo, mejor dicho alguien, que me
acojona: mi peor enemigo.
Es un tipo que no me saco de encima y que cuando me mira me
hace cambiar de semblante. Puedo ir por ahí tranquilamente riendo con cara de
estúpido (bastante habitual en mí), cuando de pronto me doy de narices con él y
me lanza una mirada de desprecio y siento que mis intestinos se contraen y la
expresión se me vuelve amarga. A veces ni me hace falta verlo, siento ese odio
frío que me eriza los pelos del cuello, simplemente con hacerme consciente de
su presencia, esa presencia constante e inevitable.
Puede que el sentimiento sea mutuo, pero su intimidación me
produce una sensación de inferioridad total que impide ni por asomo que alguna
vez me ponga gallito y le devuelva la moneda.
Cuando estoy contento me amarga el día, cuando me vengo
arriba me pone la zancadilla, cuando creo disfrutar una pequeña victoria me
deja en ridículo y cuando quiero pasar desapercibido me delata.
Dicen que Gianni Versace (y no es que yo lo considere un gran
filósofo) decía que para que los demás te quieran primero tienes que quererte a
ti mismo. Tal vez ese es mi problema, que no me quiero a mí mismo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario