Al principio estaba reticente a
hacer esto, pero la verdad es que me viene bien un descansito antes de seguir
empujando esta puta piedra colina arriba. Veremos si los dioses no me atosigan
para que siga mi tarea sin entretenerme. Pero veo que estoy siendo un
maleducado al no presentarme. Me llamo
Sísifo, antiguo rey de Éfira, o Corinto, como prefiráis. Y ahora me
encuentro aquí, en el Tártaro, tirando una
y otra vez de la roca de los huevos para que vuelva a rodar cuesta abajo una y otra vez para descojone de los
dioses. Perdonad, pero es que mi carácter se ha agriado en todo este tiempo con
el castigo. No puedo entretenerme mucho y no puedo pararme a dar demasiadas
explicaciones sobre mi vida y lo que pasó después de ella. Por lo que me han
contado han corrido ríos de tinta sobre mí y mis andanzas, así que podéis
encontrar fácilmente información sobre mí.
Y, ¿qué hago yo hablando aquí?
Pues ha venido un gilipollas a decirme que había tomado mi nombre como
seudónimo (por la cara) e iba a contar sus neuras en algo que ha llamado blog,
o algo así que no he entendido y me ha pedido que dedique un rato a introducir
el tema.
Vosotros los hombres y mujeres
del futuro (mi futuro, claro, porque vosotros os veis como presente y a mí como
el pasado) no creéis en los dioses. Como mucho, la mayoría creen en un solo
dios y ni siquiera se ponen de acuerdo en que ese dios sea el mismo para
todos. Pero yo os aseguro que los dioses
existen y que tienen muy mala leche. Así que os recomiendo que no los hagáis
cabrearse. El tema es que cuando se olvida a un dios te hace parecer que no
existe pero está ahí agazapado y te premia o te castiga (sobre todo) según le
parezca conveniente. Porque a los dioses no los entendemos, no tenemos
capacidad para ello. Y los humanos gustan de creer que son independientes y
pretenden que los dioses no influyen en sus vidas. Pero lo hacen. Y lo hacen de
manera sibilina, sin que te des cuenta, disfrazados de casualidad, de buena o
mala suerte, de azar, de fortuna y de desdicha.
Y este elemento que ha venido a
interrumpirme me cuenta que me ha elegido porque su anodina vida tiene esos
elementos de pequeña tortura en los que se ve una y otra vez pegándose con las mismas chorradas, una y otra vez, una y otra vez (ya sé que me repito, lo hago aposta) , pequeñas
jodiendas que, aunque en el global de su vida no pueda quejarse por la fortuna
de vivir sin graves dificultades, tienden a poner un toque de amargura en el
día a día. Pero su intención, según me
cuenta, es que los desdichados que lean sus tonterías se den cuenta de que esas
pequeñas molestias no deben pasarnos factura, sino que, si podemos, si no
tenemos verdaderamente una desgracia grave, debemos ver la vida con alegría, de
disfrutar esta experiencia, relativizando nuestros pequeños problemas y disfrutando
de los buenos momentos, o incluso buscándolos en los momentos en que creemos
que no los hay. Porque la vida es en colores y en tres dimensiones y con olores
y sonidos. Y aunque a veces sean desagradables, busquemos lo agradable a
nuestro alrededor y disfrutemos de ello, que siempre podemos ofender de verdad
a los dioses con nuestras quejas sin sentido y nos deparen algo peor, que
siempre hay sitio para ello.
“Hermano, ¿quieres
cambiarme el sitio?” (lo dice Prometeo, para los que no conozcan la mitología
griega)
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