sábado, 25 de octubre de 2014

Un cuento: La verruga


Era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Desde que la conoció se había sentido locamente enamorado de ella. No era para menos, ya que su belleza no tenía igual; cualquier hombre la hubiera deseado para él..., si no hubiera sido por un pequeño detalle que suponía la infelicidad de ella y el instintivo rechazo de todos los hombres que ella conocía. Bueno, para ser más exactos, el detalle no era tan pequeño, más bien era enorme. En el medio de su perfecta nariz se encontraba una inmensa y horripilante verruga.

    Todos sus familiares, amigos y conocidos, viendo el amargor que ella sentía ante su defecto físico, le habían sugerido innumerables veces que se operara y le extirparan de una vez y para siempre el objeto de su infelicidad. Pero ella, nadie sabía por qué, se negaba obstinadamente a ello, aunque le supusiera el que ningún hombre quisiera mirarle a la cara durante más tiempo que unos pocos segundos, antes de apartar la mirada sin poder evitar un rictus de aversión.

    Sin embargo a él no le importaba; él ignoraba su defecto, hasta tal punto que, cuando la miraba, llegaba a imaginarla sin la verruga, con tanta intensidad, que la veía sin ella.

    Tardó muchísimo tiempo en declararle su amor, dada su timidez, pero conforme iba pasando el tiempo ella iba siendo más y más bella, aunque por otro lado la verruga era más y más espantosa, tal vez por encontrarse en medio de tanta belleza. Así que un día, reuniendo todo el valor que pudo, e incluso algo más que no tenía, se lanzó a decirle cuánto la quería. Al principio ella se sintió aturdida puesto que nadie se había atrevido nunca a hablarle de esa manera y estuvo a punto inicialmente de decirle que no; pero pensando que había sido el único capaz de quererla a pesar de su defecto y que podía ser que él se volviera atrás y nadie le volviera a hacer una proposición semejante, se decidió a aceptarle como novio.

    Durante el tiempo que siguió nadie les dijo nada a ellos, pero las reacciones se desencadenaron; entre los amigos y conocidos de ambos no se hablaba de otro tema y, cuando se besaban en público, todos se preguntaban cómo podía él ignorar la esperpéntica malformación de su amada. Pero él no la veía...

    Ya habían fijado el día de su boda, cuando un día ella dijo por fin que pasaría por el quirófano y se quitaría la verruga, para estar perfecta el día de su boda. Todo el mundo se hizo lenguas sobre el asunto; todos se alegraron de que ella eliminara aquello tan horrible y que se pudiera contemplar todo el esplendor de su hermosura sin que nada lo afeara. Bueno, no todo el mundo se alegraba, ya que muchos hombres que la habían conocido y no habían querido pasar por alto su defecto, se tiraban de los pelos ante la idea de que estaría tan guapa sin que ya pudieran pretenderla. Ella admitió de hecho que no había querido operarse antes puesto que quería que quien se casase con ella la quisiera, aunque fuera con la lacra de algo tan espantoso en el medio de su cara. Pero cuando él conoció la noticia algo, no sabía qué, le hizo revolverse inquieto.

    Pasó la operación con éxito y, por expreso deseo de ella, no se volvieron a ver hasta que hubieran pasado todas las curas y su cara se viera absolutamente perfecta. Cuando por fín llegó el momento de volverse a ver, que fue precisamente el día anterior a la boda, él se sentía muy nervioso; más que nervioso, sentía miedo. Pero ella se presentó ante él perfecta, más bella que nunca y él, aliviado,se sintió feliz, más feliz de lo que nunca se habia sentido en toda su vida. Se dirigieron el uno hacia el otro y se fueron a besar. Pero en el momento que sus labios se juntaron, apareció ante los ojos de él una imagen que le erizó los cabellos. Se separó inmediatamente de ella, con violencia, se restregó los ojos incrédulo,pero cuando la volvió a mirar volvió a ver una horrible e inexistente verruga. No hizo caso de cuanto ella le preguntaba, extrañada ante su inexplicable reacción. Él sólo huía de sus brazos y, cuando se vio acorralado entre ella y la pared, cerró los ojos pero siguió viendo la verruga, más espantosa que nunca. No podía casarse.

jueves, 9 de octubre de 2014

Pues también podría haber sido éste...


https://home.ku.edu.tr/ffisunoglu/public_html/coyote/wile-coyote-wallpaper.jpg
Hay veces que parece que los dioses disfrutan estirando sádicamente el sufrimiento de los mortales. Siempre he tenido la sensación de que disfruto (es un decir) de una especie de potencial para acercarme a mis objetivos todo lo que quiera sin llegar nunca a conseguirlos del todo, algo así como un acercamiento asintótico. Pero eso no es lo peor de todo. Lo que más me revienta es cuando he estado persiguiendo algo durante mucho tiempo (y a veces mucho significa mucho, mucho, mucho…) y tras un esfuerzo tan grande al final consigo llegar a ese objetivo, me siento vacío. Una sensación de anticlímax me invade y me identifico como el Coyote que se queda suspendido en el aire durante unos segundos antes de caer a ese abismo sin fondo. Bueno, no sin fondo, porque al final siempre se ve esa nubecilla de polvo a lo lejos señal del batacazo (claro, si no, no tendría gracia ¿verdad?).

sábado, 4 de octubre de 2014

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?


Cuando se van haciendo viejas, muchas personas empiezan a tener esa vieja idea (como veréis, me encanta la redundancia) de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Esto puede tener dos lecturas: 

 a) Verdaderamente la sociedad está degenerando, tema ampliamente reflejado desde la antigüedad (por ejemplo se saca esa idea en La Ilíada de Homero donde en varias ocasiones expresa que esos héroes que entraban en lucha eran grandes, pero nada en comparación con los personajes de tiempos anteriores, como los Argonautas y otros similares), hasta tiempos más actuales (pondré como claro ejemplo una película que desde un punto de vista objetivo es de pésima calidad, pero que a mí me encantó: Idiocracia, donde se parte de la idea que la sociedad va degenerando hasta llegar a ser todos unos completos cretinos. Ciertamente mi idea es que no estamos tan lejos de esa aterradora estampa). 

b) El pasado fue mejor porque nosotros éramos más jóvenes y todo nos parecía maravilloso, con una perspectiva de futuro fantástica. Hasta que nos llovieron hostias por todos los lados y se esfumó nuestra visión idílica del mundo. 

¿A qué viene todo esto? Pues que me he acordado de aquellos tiempos de juventud donde empleábamos la cinta de cassette para grabar (realmente debería llamarlo piratear) las cosas que oíamos en la radio. Y en una de esas grabaciones que todavía debo tener por ahí rodando había un fragmento, procedente del programa Nómadas, entonces en Radio 3 (Radio Nacional de España), que me impactó. Para ser del todo sincero, nunca oí el programa, pero a mi hermano le gustaba y fue él quien lo grabó y me invitó a que escuchara ese fragmento. Desconozco si tras todos estos años han seguido emitiendo ese fragmento, pero no he encontrado ni un indicio sobre él. Ahora, sin permiso, quiero compartirlo con los chalados que se atrevan a pasar por este rincón: 


 A veces aumenta la profundidad del desierto. El horizonte remolonea su presencia, se oculta detrás de la calima entre fuegos transparentes. Entonces la soledad se vuelve circular; sin pasado, sin futuro; como un carrusel de desaliento que nos mira desde todos los flancos; como una circunferencia de polvo, de la que nosotros somos el centro y que se desplaza con nosotros como la mortecina luz se traslada alrededor de la bombilla.

 Cuando aumenta la profundidad del desierto y la soledad se vuelve circular, los verdaderos nómadas se cubren el rostro con un velo negro y tiran p’alante, como buenamente pueden, o bien se apalancan en el centro de la circunferencia de polvo alimentándose con la leche de su propio camello, la leche puta que siempre persigue al nómada intenso.

 Pero los gentiles no soportan el desierto e intentan disfrazarlo con oasis de celulosa. Cuando los gentiles cruzan el desierto conjuran las tormentas de soledad con espejismos que no tienen otra misión que la de mantener unida la caravana, evitando así la dispersión acre del nómada. La Navidad, los cumpleaños, el matrimonio, los domingos, son algunos de los espejismos preferidos por los gentiles. En ellos se sienten frecuentados y a cobijo de cualquier malicia de la vida; arropados con sus propios lomos como gatitos adiestrados. 

El nómada conoce el rigor de las estaciones y ama con pasión a unos dioses poco misericordiosos: la Belleza, la Lealtad, la Distancia y el Estremecimiento. Por eso mira con recelo los espejismos que los gentiles levantan en el desierto y pasa junto a ellos mirando siempre de soslayo.

 El nómada no desprecia a los gentiles, ni a sus dioses de peluche, pero detesta la obcecación del mercader y su ensañamiento. Por eso se inquieta cuando el fragor de las lonas multicolores invade su círculo de polvo, su carrusel perdido, su pequeño y solitario campamento.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Dicen... (1)


Tengo intención de abrir dentro de este sinsentido una pequeña sección que se llama Dicen… No hace falta ser un hacha para saber que se va a dedicar a comentar alguna de esas perlas del mal llamado saber popular y, como es mi costumbre, argumentar algo para llevarles la contraria.




Para empezar, dicen que la primera idea es la que vale. Incorrecto. Mi forma de verlo es que la primera idea es siempre precipitada. La realmente buena es la segunda. Y la tercera y posteriores ya son demasiado rebuscadas.

sábado, 27 de septiembre de 2014

¿Por qué Sisyphus?



Ojo, sin coma (o sea, no me refiero a ¿Por qué, Sisyphus?, pregunta que tampoco estaría fuera de lugar).

Los pocos que conocen mi identidad alguna vez me preguntan el porqué de este seudónimo (me niego a llamarlo nick ni ninguna otra payasada por el estilo). La respuesta es muy sencilla: aparte de porque soy gilipollas, cuando me fui a dar de alta ya se habían adelantado y me habían cogido el de Sísifo.

Razonablemente, la pregunta siguiente es: Y ¿por qué Sísifo?


   Pero eso ya es otra historia…

lunes, 15 de septiembre de 2014

Una y otra vez



Al principio estaba reticente a hacer esto, pero la verdad es que me viene bien un descansito antes de seguir empujando esta puta piedra colina arriba. Veremos si los dioses no me atosigan para que siga mi tarea sin entretenerme. Pero veo que estoy siendo un maleducado al no presentarme. Me llamo  Sísifo, antiguo rey de Éfira, o Corinto, como prefiráis. Y ahora me encuentro aquí, en el Tártaro, tirando una y otra vez de la roca de los huevos para que vuelva a rodar cuesta abajo una y otra vez para descojone de los dioses. Perdonad, pero es que mi carácter se ha agriado en todo este tiempo con el castigo. No puedo entretenerme mucho y no puedo pararme a dar demasiadas explicaciones sobre mi vida y lo que pasó después de ella. Por lo que me han contado han corrido ríos de tinta sobre mí y mis andanzas, así que podéis encontrar fácilmente información sobre mí.


Y, ¿qué hago yo hablando aquí? Pues ha venido un gilipollas a decirme que había tomado mi nombre como seudónimo (por la cara) e iba a contar sus neuras en algo que ha llamado blog, o algo así que no he entendido y me ha pedido que dedique un rato a introducir el tema.


Vosotros los hombres y mujeres del futuro (mi futuro, claro, porque vosotros os veis como presente y a mí como el pasado) no creéis en los dioses. Como mucho, la mayoría creen en un solo dios y ni siquiera se ponen de acuerdo en que ese dios sea el mismo para todos.  Pero yo os aseguro que los dioses existen y que tienen muy mala leche. Así que os recomiendo que no los hagáis cabrearse. El tema es que cuando se olvida a un dios te hace parecer que no existe pero está ahí agazapado y te premia o te castiga (sobre todo) según le parezca conveniente. Porque a los dioses no los entendemos, no tenemos capacidad para ello. Y los humanos gustan de creer que son independientes y pretenden que los dioses no influyen en sus vidas. Pero lo hacen. Y lo hacen de manera sibilina, sin que te des cuenta, disfrazados de casualidad, de buena o mala suerte, de azar, de fortuna y  de desdicha.


Y este elemento que ha venido a interrumpirme me cuenta que me ha elegido porque su anodina vida tiene esos elementos de pequeña tortura en los que se ve una y otra vez pegándose con las mismas chorradas, una y otra vez, una y otra vez (ya sé que me repito, lo hago aposta) , pequeñas jodiendas que, aunque en el global de su vida no pueda quejarse por la fortuna de vivir sin graves dificultades, tienden a poner un toque de amargura en el día a día.  Pero su intención, según me cuenta, es que los desdichados que lean sus tonterías se den cuenta de que esas pequeñas molestias no deben pasarnos factura, sino que, si podemos, si no tenemos verdaderamente una desgracia grave, debemos ver la vida con alegría, de disfrutar esta experiencia, relativizando nuestros pequeños problemas y disfrutando de los buenos momentos, o incluso buscándolos en los momentos en que creemos que no los hay. Porque la vida es en colores y en tres dimensiones y con olores y sonidos. Y aunque a veces sean desagradables, busquemos lo agradable a nuestro alrededor y disfrutemos de ello, que siempre podemos ofender de verdad a los dioses con nuestras quejas sin sentido y nos deparen algo peor, que siempre hay sitio para ello. 


“Hermano, ¿quieres cambiarme el sitio?” (lo dice Prometeo, para los que no conozcan la mitología griega)